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Érase una vez una pareja que desde hace mucho tiempo ansiaban con la ilusión de tener hijos. Aunque su espera se tornó un poco larga, por fin, el sueño que tanto ansiaban se hizo realidad.
La joven que dentro de poco sería madre, miraba por la ventana el huerto del vecino en donde crecían algunas lechugas. Se le hacia agua la boca solo de pensar en lo exquisito que sería poder probar alguna de esas lechugas.
No obstante, la dueña del huerto era una bruja, y nadie se atrevía acercarse a ella. De repente, la joven solo pensaba en comer lechugas, y de solo pensar en eso, empezó a enfermarse ya que no quería comer otra cosa.
Su marido, impaciente, encontró una solución: entrar a escondidas en el huerto por la noche para coger algunas lechugas.
La joven empezó a comérselas todas hasta no dejar ninguna, pero aun así su antojo seguía y todo fue a peor. Más tarde, su marido tuvo que regresar al huerto y en esa noche, la bruja lo descubrió.
– «¿Cómo te atreves a hurtar en mi huerto?» – gritó.
Asustado, el joven empezó a dar explicaciones a la bruja, diciéndole que todo lo que se acontecía se debía a los antojos que tenía su esposa.
– «Puedes llevarte las lechugas que quieras» -dijo la bruja -, «pero a cambio tendrás que darme al bebé que lleva tu mujer cuando nazca».
El joven no tuvo más remedio que aceptar. La joven dio a luz y la bruja se llevó a la niña hermosa que tuvo la pareja.
La llamó Rapunzel. Le hermosura que irradiaba se acentuaba día a día. La bruja ocultó a Rapunzel para que nadie más admirara su belleza.
Rapunzel, al cumplir sus doce años de edad, fue encerrada por la bruja en una torre sin puertas ni escaleras para que no pudiera escapar. Una torre que quedaba en lo más profundo del bosque. Y la bruja cada vez que iba a visitarla, desde lo mas abajo le decía:
– «Rapunzel, deja caer tu cabello».
La pequeña deslizaba su larga y hermosa cabellera rubia por la venta y así la bruja lograba llegar a ella.
Al pasar algunos años, la fuerza del destino hizo que un príncipe se introdujera por el bosque y escuchase la hermosa voz melodiosa de Rapunzel, que cantaba para pasar las largas horas en soledad.
El príncipe empezó a sentir atracción por la hermosa voz que escuchaba y quiso saber de dónde provenía. Por fin logró encontrar la torre, pero no pudo encontrar la posibilidad de entrar en ella.
El joven príncipe quedó hechizado por la hermosa voz de Rapunzel. Constantemente recurría al bosque todas la veces que le fuera posible.
Cuando entraba la noche, regresaba a su castillo con una nostalgia tan grande que destrozaba su corazón, sin poder encontrar la manera de entrar.
Un gran día, el joven observando la torre vio que una bruja se acercaba a ella y llamaba a la muchacha que habitaba en la torre.
– «Rapunzel, deja caer tu cabello».
El joven príncipe impactado de lo que observó, comprendió en ese entonces que esa era la manera para llegar a la joven con la hermosa voz.
Después de que la bruja se fuera, el príncipe se acercó hasta llegar a la torre, en donde repitió la misma oración:
– «Rapunzel, deja caer tu cabello».
La joven dejó caer su cabellera y el príncipe logró subir. La pequeña Rapunzel tenia miedo al principio ya que nunca había visto a ningún hombre. Pero después el joven príncipe le explicó con tanta dulzura y sencillez que sentía una gran atracción por su hermosa voz.
Más tarde, el príncipe le propuso matrimonio; y sin ni siquiera pensarlo, Rapunzel aceptó la propuesta.
Ya que Rapunzel no tenía forma de escapar de la torre, el príncipe le prometió que le llevaría un ovillo de seda cada vez que fuera a verla, para así lograr que Rapunzel tejiera una escalera y escapara con él.
Para que la bruja no sospechara de nada, el príncipe cada noche visitaba a su amada. No obstante, un día Rapunzel sin ni siquiera pensarlo le dijo a la bruja:
– «Tú eres mucho más pesada que el príncipe».
– «¡Me has estado mintiendo!» – gritó con mucha furia la bruja y, acto seguido, le cortó la cabellera.
La bruja le hizo un hechizo a Rapunzel que la enviaría a una tierra muy lejana y apartada. Después, ató la cabellera a un garfio que estaba cerca de la ventana y esperó con ansias la llegada del príncipe.
Cuando el joven llegó, entendió que la bruja le había colocado una trampa.
– «Tu preciosa ave cantora ya no está» -dijo la bruja con voz muy chillona -, «¡y no volverás a verla nunca más!»
Su alma y su cuerpo se impregnaron de dolor al saber que su amada ya no estaba y, entonces, saltó por la ventana de la torre. P
or suerte, el joven sobrevivió ya que cayó sobre una enredadera de espinas. Pero por desgracia, las espinas de la enredadera le lastimaron terriblemente sus ojos y dejaron ciego al pobre príncipe.
– «¿Y ahora como voy a lograr encontrar a Rapunzel?», se dijo asímismo el chico.
Durante un largo tiempo, el joven vagó por todos los bosques mientras lloraba sin parar. A todas las personas que se acercaban a él o se cruzaban en su camino les preguntaba si habían visto a una hermosa joven llama Rapunzel. Nadie sabía nada ni le podían ayudar.
Un gran día, casi habiendo perdido casi cualquier esperanza, el joven escuchó una canción triste pero muy hermosa un poco alejada de él.
Al reconocer la voz, de inmediato empezó acercase y se dirigió hacia el lugar donde se escuchaba esa hermosa voz, llamando a la bella joven Rapunzel.
Rapunzel, al verlo, corrió para abrazar a su amado. Lágrimas de una gran felicidad recorrían las mejillas del príncipe. Pero algo aun mas extraordinario ocurrió:
¡La vista del príncipe fue recuperada!
El joven príncipe y Rapunzel encontraron el camino que los dirigiría hacia el reino. Se casaron con el paso de los años y por fin los dos jóvenes pudieron vivir felices.
Y colorín colorado, ¡este cuento se ha terminado!