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Había una vez un príncipe que vivía en Grecia, su nombre era Teseo. Vivía en Atenas, que era una ciudad muy bonita, donde su padre, el Rey Egeo, era el que gobernaba.
Un día cuando Teseo bajó al puerto, vio que una muchedumbre lloriqueaba porque estaban subiendo a bordo de un barco con velas negras a siete jóvenes y a siete damiselas que iban atadas de manos.
Teseo le preguntó a un marinero:
— «¿Qué pasa con esa gente que está en el muelle?»
— «Van a ser llevados a Creta para ser sacrificados. Fueron elegidos de entre catorce familias. ¡Como lo siento por ellos!»
— «¿Por qué les harán eso? ¿Qué les ocurrirá en Creta?»
— «¿Acaso no sabes lo que pasa? ¡Serán alimento para el espantoso Minotauro del laberinto!»
La historia del Laberinto del Minotauro todos la conocían, incluso Teseo.
Era un monstruo horrible que tenía una cabeza de toro, un cuerpo enorme y que se alimentaba de seres humanos.
Vivía en los sótanos del palacio de Creta que, a su vez, estaban formados por una inmesna cantidad de pasadizos formando en su conjunto un laberinto del cual nunca antes nadie había conseguido salir.
Una vez Teseo regresó al palacio, fue a hablar inmediatamente con su padre y, exclamando, le preguntó:
— «¿Es verdad que estamos enviando a los jóvenes de Atenas a Creta para ser sacrificados? Acabo de ver un barco cargado. ¿Por qué hacemos eso, padre? ¿Son para el Minotauro?»
— «Hijo, hace mucho tiempo disputamos con Creta una gran guerra en donde ellos ganaron y como tributo debemos enviar humanos.
Enviamos a catorce jóvenes, siete doncellas y siete muchachos cada siete años para que sean devorados por el minotauro, de esta forma, Atenas no se verá envuelta en nuevas y devastadoras guerras con Creta.
Si dejamos de enviar este tributo te aseguro que el Rey de Creta declararé la guerra contra Atenas y será una batalla terrible en donde nuestra gente morirá».
A todo esto, Teseo preguntó:
— «¿Y por qué nadie ha matado al Minotauro?»
— Hijo, los que entran en el laberinto no salen con vida. Se pierden y no consiguen nunca salir de allí porque el mintoauro los devora.
Después de hablar con su padre, Teseo se dirigió apresurado al puerto a donde se aproximaba el barco de velas negras. Cuando llegó, ante los familiares de los muchachos y las doncellas, que seguían llorando y gimiendo, dijo:
— ¡Basta de lamentos mi amado Pueblo de Atenas, me marcho a Cretacon vosotros y juro que mataré al Minotauro!
Así, con mucha decisión, Teseo subió al barco y se marchó rumbo a Creta.
Después de navegar durante varios días, llegaron finalmente a la hermosa isla de Creta.
El palacio de mármol del Rey Minos se encontraba ubicado en la cima de un risco, lugar al que los soldados de Creta condujeron a las doncellas y a los jóvenes.
Una vez que llegaron a palacio, observaron que su decoración consistía en adornos de oro y plata con muchos detalles.
Las habitaciones estaban abarrotadas de los muebles más finos y en las paredes se podían contemplar impactantes escenas artísticas donde los delfines saltarines y los toros eran los protagonistas.
El rey Minos estaba sentado en su trono dorado, ubicado en el salón más amplio de todos.
Llevaba puesta una túnica de seda y una barba blanca tremendamente larga. Cuando se percató de la cantidad que personas delante de él, exclamó con rudeza:
— «¿Quién me explica por qué el rey Egeo me envió a quince personas? ¡Tan solo quería a catorce!»
Fue entonces cuando dando un paso al frente, Teseo dijo al rey:
— «Vine a matar al Minotauro y a saldar la deuda de mi pueblo para llevarles hacia la libertad. Mi nombre es Teseo, hijo del rey Egeo, Príncipe de Atenas».
— «Valiente joven y grandes palabras» —dijo el rey con una sonrisa macabra— «Mañana serás el primero en entrar en el laberintoya que tienes tantas ganas de conocer a nuestro monstruo».
La princesa Ariadna también se encontraba en el gran salón y escuchó todo lo que dijo Teseo. De inmediato quedó enamorada de él: “este joven es muy apuesto y valiente” –pensó- “¡debo ayudarlo!”
Así que esa misma noche, entró a sus aposentos con mucho sigilo y le dijo al príncipe:
— «Puedo ayudarte, príncipe, te puedo decir cómo salir del laberinto. Acepta mi ayuda, por favor, de lo contrario morirás. Eso sí, tú deberás matar al Minotauro, contra él no puedo ayudarte».
— «Princesa, haré lo que me digas» —le respondió Teseo.
— «Te traje esta espada y este carrete de hilo, debes esconderlo bajo la túnica; son tu única esperanza de salir con vida del laberinto.
Una vez dentro, ata el hilo a la puerta y desenróllalo a medida que vayas alejándote y camines a través de los pasillos. Cuando mates al minotauro y encuentres la salida, te estaré esperando junto a la puerta.
Si mi padre se entera que te ayudé a escapar, posiblemente me mande a matar, es por eso por lo que debes llevarme contigo cuando vuelvas a Atenas».
Teseo al escuchar a la princesa sintió mucha ternura e hizo todo lo que ella le dijo; prometiéndole llevarla con él cuando fuera de regreso a Atenas.
El día llegó y, los soldados del rey, llevaron a Teseo a las puertas del laberinto.
La oscuridad lo envolvió por completo una vez que las puertas se cerraron tras él. Sin perder tiempo, sacó el carrete de hilo que llevaba debajo de la túnica y ató el extremo a la puerta.
Tanteando los muros que estaban en ambos lados, avanzó lentamente y bajó por el camino estrecho mientras iba soltando el hilo a medida que avanzaba.
En un momento logró ver un haz de luz que iluminaba el suelo, lo que le permitió observar miles de huesos y calaveras que se encontraban esparcidas por todo el lugar.
De repente, se escuchó un horrible rugido que hacía resonar las paredes de los pasillos. Teseo logró escuchar unas fuertes pisadas, escuchando como el sonido del rugido del espantoso gigante se iba acercando cada vez más hacia él.
De forma repentina, el monstruo se arrojó sobre Teseo, gruñendo y gritando, pero muy ágilmente, este logró apartarse de un solo salto, agarrándose a la piedra más grande que pudo ver.
El monstruo intentó un segundo ataque, pero en esta ocasión recibió un fuerte golpe en el pecho que Teseo logró propinarle. Debido al golpe, el minotauro perdió el equilibro y cayó al suelo atolondrado.
Teseo entonces aprovechó para cogerlo de los cuernos para así poder inmovilizarlo. El gran monstruo seguía rugiendo cuando Teseo se dispuso a usar su espada, con la que finalmente consiguió vencer a la gran bestia.
Teseo, sumido en la oscuridad, buscó rápidamente el carrete de hilo que había perdido durante la batalla. Finalmente, lo consiguió y pudo seguir el rastro que el hilo había dejado por los pasillos del laberinto hasta que logró llegar a la puerta donde se encontraba la princesa.
Una vez Ariadna lo vio no podía creérselo, ¡lo había vencido! Acto seguido corrió hasta donde él estaba y se fundieron en un gran abrazo de mucha pasión.
— «Démonos prisa, Teseo» — le dijo la princesa con la respiración entrecortada—, «los guardias pueden encontrarnos».
Una vez fuera del laberinto, Ariadna y Teseo lograron llegar hasta donde estaba anclado el barco.
Todos estaban esperándoles para poder partir de vuelta a Atenas y así proclamar la liberación del pueblo de las garras de la bestia y el malvado rey de Creta.