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Hace mucho tiempo vivía una ratita que era muy pero que muy presumida.
Un día, mientras la ratita barría su casita, se encontró tirado en el suelo un objeto muy brillante; ¡era una moneda de oro!
La ratita recogió la moneda del suelo y empezó a meditar sobre qué iba a comprar con esa moneda.
– «¡Ya lo sé! Voy a ir a comprar caramelos, aunque quizá después me duelan los dientes. Así que mejor, compraré unos pasteles… pero espera, porque luego puede que me duela la barriguita. ¡Ya lo tengo!, compraré un lacito rojo para mi hermoso rabito».
La ratita guardó la moneda en su bolso y salió directa hacia el mercado.
Una vez en allí, le pidió al tendero que le vendiera un trozo de la mejor cinta de color rojo que tuviera. La compró y con mucha prisa regresó a su casita.
A la mañana siguiente, cuando la ratita presumida despertó, ató el lacito rojo a su colita y se paró en el balcón de su casa. En ese momento, apareció un gallo, quien le dijo:
– «Ratita, ratita, tú una dama tan bonita. ¿Te gustaría casarte conmigo?»
– «La verdad es no lo sé» – respondió la ratita – «¿tú por las noches qué ruido es el que haces?», le dijo al gallo.
El gallo le contestó: – «quiquiriqui» –
– «Ay no, contigo no me casaría, no me gusta ese ruido que haces».
Entonces, el galló se fue y apareció un perro: «Ratita, ratita, tú una dama tan bonita, ¿te casarías conmigo? – a lo que la ratita le respondió:
– «Ciertamente no lo sé, ¿tú por las noches que ruido haces?» – ; -Guau, guau- . – «Ay no, contigo no me casaría, ese ruido es espeluznante».
El perro se marchó y de pronto un cerdito apareció: – «Ratita, ratita, tú una dama tan bonita, ¿te casarías conmigo?».
Y la ratita le respondíó: – «No sé, no sé, ¿qué ruido es el que haces tú por las noches?» -. – «Oink, oink» – . – «Ay no, contigo no me casaría, porque ese ruido que haces es muy ordinario».
El cerdo se fue, y un gato blanco apareció. Le dijo a la ratita: – «Ratita, ratita, tú una dama tan bonita, ¿te casarías conmigo?» -. Y la ratita le respondió:
– «La verdad es que no lo sé» – respondió la ratita- «¿tú por las noches qué ruido es el que haces?»
El gato entonó su suave voz y con mucha dulzura le dijo – «miau, miau» -. – «Ay sí, ¡tú eres el indicado»; contigo me casaré ya que tu voz es muy dulce».
Y así es como finalmente, la ratita y el gato terminaron casados y muy felices.
Y colorín colorado, ¡este cuento se ha acabado!